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    “Nos quieren más tontos”: la pedagogía del capital que odia al pensamiento

    Por Abel Flores

    Quiero dejar algo claro desde el principio: soy capitalista; pero antes que ser capitalista soy liberal y la libertad no tiene precio, por que es impagable. Aclarado este punto, hay que señalar que las corporaciones mundiales han entendido que no necesitan balas para domesticar cuerpos ni cárceles para encerrar ideas. Basta con administrar la educación. Hacerla “flexible”, “competitiva”, “eficiente”. En otras palabras: moldearla para que no piense. Nos quieren más tontos, el libro de Pilar Carrera Santafé y Eduardo Luque Guerrero, no es solo un título provocador: es una radiografía quirúrgica de ese proyecto global que ha convertido la escuela en un campo de entrenamiento empresarial y al estudiante en un cliente obediente de su propia ignorancia.

    Porque ya no se enseña a pensar, se enseña a rendir. Ya no se forman ciudadanos, se preparan empleados. En nombre de la “sociedad del conocimiento” se impone un sistema donde el conocimiento real es estigmatizado, y en su lugar florece una cultura de la superficialidad académica: competencias, rúbricas, estándares, rankings, tests. Todo medido, todo cuantificado, todo normalizado. Todo perfectamente estúpido.

    ¿Quién diseñó esta escuela sin cerebro?

    Los autores no apuntan a fantasmas. Nombran a los artífices: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio. Los mismos que dictan recetas económicas a países arruinados, hoy diseñan currículos escolares bajo una premisa disfrazada de progreso: adaptar la educación a las necesidades del mercado laboral.

    ¿Quién define esas “necesidades”? ¿Y por qué deberían estar por encima de las necesidades humanas, culturales, éticas o incluso espirituales de las personas?

    La respuesta es simple y obscena: porque el objetivo ya no es educar. Es programar. Se trata de fabricar un sujeto productivo, adaptable, sin arraigo y sin memoria, que no cuestione nada y lo consuma todo. Un sujeto maleable, que sepa usar herramientas pero no comprenda su origen ni su propósito. Alguien que sepa “buscar en Google”, pero que jamás lea un libro entero. O peor aún: que no sepa por qué debería hacerlo.

    La neolengua educativa: competencias, emprendedurismo y otras formas de colonización

    Carrera y Luque denuncian lo que muchos docentes ya viven en carne propia, pero pocos se atreven a nombrar: el lenguaje de la nueva educación es un oxímoron. Nos hablan de “aprender a aprender” como si se pudiera razonar sin contenido. Nos venden el “emprendedurismo escolar” como si los niños tuvieran que diseñar startups antes de aprender historia. Y lo peor: nos imponen las “competencias” como si pensar fuera una habilidad mecánica, y no un proceso cultural, ético y conflictivo.

    La escuela se ha vaciado de sentido. Filosofía, literatura, historia, arte, han sido arrinconadas por su presunta “inutilidad”. No sirven para ser empleados. Claro. Sirven para algo mucho más peligroso: entender el mundo.

    Una “sociedad del conocimiento” sin conocimiento

    El libro lo deja claro: la educación contemporánea no está en crisis. Está siendo desmontada con precisión quirúrgica. Y lo que se construye en su lugar no es una sociedad más informada, sino más controlable. Una “sociedad del conocimiento” sin conocimiento real, basada en la gestión de datos, no en su comprensión. Porque comprender requiere tiempo, profundidad y conflicto. Tres cosas que la lógica neoliberal aborrece.

    Educar ya no es enseñar. Es adiestrar. Y el mejor alumno es el que no interrumpe, no duda, no molesta. Es decir, el que no piensa.

    Propuesta: volver a lo esencial

    Lejos de caer en el lamento apocalíptico, Nos quieren más tontos también es una propuesta. Los autores abogan por recuperar la centralidad del saber, la profundidad del pensamiento, el diálogo intergeneracional, la lectura exigente, la reflexión ética. Volver a una escuela que enseñe lo que importa, aunque no se pueda medir.

    Porque, y esto ya lo sabían Sócrates, Freire y Gramsci: una educación que no incomoda, no transforma. Una escuela que no plantea preguntas es un supermercado de respuestas prefabricadas. Y una sociedad sin preguntas es el paraíso del autoritarismo.

    No hay mayor éxito del sistema que hacer que sus víctimas defiendan sus cadenas. Y en este siglo, la cadena más pulida es la escuela. Nos quieren más tontos, sí. Pero también nos quieren callados, conformes, técnicos, adaptados. Nos quieren útiles, pero no lúcidos. Empleables, pero no pensantes.

    Carrera y Luque nos invitan a rebelarnos. A volver a leer, a incomodar, a enseñar con sentido y no con formato. A educar no para el mercado, sino para la vida. Porque como decía Simone Weil: “La inteligencia no puede ser obligada: solo puede ser despertada”.

    Y ese despertar —doloroso, lento, irreverente— es quizás la única esperanza que nos queda.

    La inteligencia no es rentable. El pensamiento crítico no paga dividendos. Y en un mundo diseñado para producir consumidores antes que ciudadanos, la educación se convierte en una fábrica de ignorancia funcional. Esta es la tesis provocadora —y dolorosamente certera— del libro Nos quieren más tontos de Pilar Carrera Santafé y Eduardo Luque Guerrero, una obra que disecciona con bisturí la mutación del sistema educativo en un mecanismo de domesticación neoliberal.

    El texto, con tono ensayístico pero armado con herramientas de investigación rigurosa, denuncia lo que ya muchos sospechamos y pocos se atreven a decir en voz alta: el actual sistema educativo europeo, y por extensión el modelo global que lo imita, ha sido colonizado por intereses económicos que ven a la escuela no como un espacio de emancipación, sino como una cantera de mano de obra dócil y moldeable.

    La trampa de las “competencias”

    En nombre de la “modernización” y la “eficiencia”, se ha desmontado la educación como construcción colectiva de saberes y se ha reemplazado por un sistema basado en competencias, rankings y estándares. Es decir, una pedagogía del Excel. Las asignaturas que no son útiles para el mercado son marginadas o eliminadas, y en su lugar se impone una alfabetización técnica que mide lo que puede cuantificarse, aunque no valga nada en términos humanos.

    “La obsesión por evaluar y medirlo todo nos ha hecho perder el sentido de por qué enseñamos”, escriben Carrera y Luque. Y tienen razón: en esta lógica, el conocimiento profundo, la cultura humanística, la reflexión filosófica o el arte se convierten en residuos académicos, prescindibles en el nuevo orden pedagógico. Lo importante ahora es preparar a los alumnos para ser “empleables”. O dicho en buen castellano: sumisos, intercambiables y sustituibles.

    El Banco Mundial como nuevo rector universitario

    El libro documenta cómo organismos como el Banco Mundial, el FMI y la Organización Mundial del Comercio han tenido una influencia decisiva en los planes educativos de numerosos países. No porque les preocupe la educación, sino porque necesitan formar sujetos funcionales al modelo económico global.

    Y aquí no hay lugar para teorías conspiranoicas: los propios documentos oficiales de estas entidades hablan de “preparar a los jóvenes para los desafíos del mercado laboral” o “adaptar los planes educativos a las necesidades del crecimiento económico”. Lo que no dicen, pero el libro revela, es que esos “desafíos” implican despojar al estudiante de cualquier herramienta intelectual que pueda cuestionar el sistema.

    En este contexto, el aula ya no es un lugar de resistencia simbólica ni de cultivo del pensamiento libre. Es una línea de ensamblaje que produce seres instruidos para no pensar. Como bien titulan los autores: una “sociedad del conocimiento… sin conocimiento”.

    La nostalgia del aula perdida

    Pero Nos quieren más tontos no es un lamento nostálgico. Es un manifiesto. Propone una recuperación —no una regresión— de los valores fundamentales de la educación: el pensamiento crítico, la comprensión profunda, el aprendizaje con sentido, el diálogo, la duda, la lectura exigente, la reflexión ética. En resumen, todo aquello que una sociedad realmente libre necesita para sobrevivir al ruido de la propaganda.

    Porque el problema no es que los estudiantes no sepan programar en Python o que no puedan resolver un examen tipo PISA. El problema es que no pueden —ni los dejan— preguntarse por qué programan, para quién y a costa de qué. La formación técnica sin reflexión crítica no es progreso: es domesticación de alta gama.

    Una advertencia incómoda

    Tal vez lo más inquietante del libro no sea su diagnóstico, sino su silencio inducido en los grandes medios y en las instituciones educativas. ¿Por qué nadie habla de esto? ¿Por qué el modelo basado en competencias se impone con la fuerza de un dogma? ¿Por qué el alumno que memoriza fórmulas sin contexto vale más que el que pregunta demasiado?

    Carrera y Luque nos ofrecen una respuesta tan brutal como precisa: porque nos quieren más tontos. Y tontos, en este caso, no significa ignorantes, sino obedientes. Nos quieren formateados, no formados. Educados para repetir, no para crear. Conectados, pero desconectados del pensamiento profundo.

    Mientras escribo esto, miles de estudiantes en todo el mundo están siendo evaluados por sistemas automatizados que no entienden de ironías, contradicciones ni preguntas sin respuesta. Profesores presionados por resultados y métricas enseñan a sobrevivir al examen, no a comprender el mundo. Y gobiernos celebran cada nueva reforma educativa como si fuera una victoria, cuando en realidad es otro ladrillo más en el muro de la desmemoria colectiva.

    Por eso este libro es necesario. Incómodo, sí. Pero urgente. Porque nos recuerda algo que todos los poderosos preferirían que olvidáramos: que una sociedad que no educa para la libertad, termina formando esclavos que se creen exitosos.

    Abel Flores
    Abel Floreshttp://codigoabel.com
    Periodista, analista e investigador con especial atención a la geopolítica, la economía, el deporte y fenómenos que desafían la lógica convencional. A través de Código Abel, combino mi experiencia laboral de más de dos décadas en diversas fuentes periodísticas con mis intereses y gustos personales, buscando ofrecer una visión única del mundo. Mi trabajo se basa en el análisis crítico, la verificación de datos y la exploración de conexiones que a menudo pasan desapercibidas en los medios tradicionales.

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