La estrategia del Partido Comunista Chino para ganar terreno económico y simbólico en el continente africano es simple: arancel cero, créditos blandos y promesas de acceso al mercado interno. Mientras tanto, Estados Unidos expulsa países del AGOA, reduce beneficios y acorrala con discursos morales. En el medio: una África que ya no quiere obedecer, pero tampoco caer en otro tutelaje.
Por Abel Flores
África ya eligió ser el tablero. Falta que aprenda a mover las piezas
Durante décadas, África fue tratada como el comodín del sistema internacional. Un actor secundario, útil para cifras de ayuda humanitaria, zona de prueba de misiones militares y plataforma de discursos occidentales sobre desarrollo sostenible. Pero eso cambió. Hoy, el continente africano es el corazón de una nueva arquitectura económica global. No lo dicen los gobiernos africanos. Lo gritan las potencias que antes lo ignoraban.
Estados Unidos acaba de excluir a varios países africanos del programa AGOA (African Growth and Opportunity Act), una iniciativa que desde el año 2000 ofrecía acceso preferencial al mercado estadounidense para textiles, frutas, minerales y otros productos. La razón oficial: “falta de gobernabilidad democrática”. Uganda, Níger, Gabón y República Centroafricana son solo los primeros nombres en una lista que Washington promete extender.
La medida fue entendida en toda África como lo que es: una represalia política. No por las violaciones a los derechos humanos, que abundan también en países aliados de Estados Unidos. Sino por el desalineamiento diplomático en temas clave: relaciones con Rusia, abstención ante votaciones de la ONU, presencia militar de potencias no occidentales.
Frente a ese portazo, China actuó con su estilo habitual: sin acusaciones, sin condiciones, sin cámaras. El 13 de junio, en la ciudad de Changsha, el viceministro de comercio chino anunció la eliminación del 100 % de los aranceles a las exportaciones de los 53 países africanos que reconocen a la República Popular China como único gobierno legítimo. No se trata de una promesa abstracta. Es un decreto que entra en vigor este mismo año.
África pierde acceso a Estados Unidos y lo gana en China. Pero no se trata solo de comercio. Se trata de símbolos, de narrativa, de influencia.
Del bastón moral al abanico económico: dos modelos de expansión en choque frontal
La lógica estadounidense hacia África sigue siendo esencialmente punitiva. La Casa Blanca concede beneficios, pero los condiciona a cambios internos: elecciones libres, lucha anticorrupción, apertura de mercados. Si el país no cumple, se le castiga. Esa lógica se construyó sobre una idea colonial invertida: la de que Occidente debe civilizar a África para integrarla.
China propone lo contrario. Su relación con África no pasa por sermones, sino por infraestructura, financiamiento y mercado. Eliminar aranceles no es una decisión contable. Es una declaración política: el mercado chino se abre para África sin imponerle un modelo de gobierno.
Además del arancel cero, China anunció una línea de crédito por 360 mil millones de yuanes para inversiones africanas, así como programas de asistencia técnica, promoción de productos africanos en plataformas digitales chinas y acuerdos para la instalación de zonas francas industriales en Etiopía, Nigeria y Angola.
China no exige reformas. Exige productos. Y el mensaje a África es claro: “Lo que no les compra Occidente, nosotros sí lo compramos”. Esa frase se ha escuchado de forma explícita en las últimas ferias China-África. No es una metáfora. Es una estrategia de poder.
Detrás de estos movimientos está la FOCAC, el Foro de Cooperación China-África, fundado en 2000 y que ha servido como la plataforma más ambiciosa de Pekín para expandirse fuera de Asia sin disparar un solo tiro. A diferencia del FMI, que impone programas de ajuste, o de USAID, que actúa con enfoque asistencial, la FOCAC promete un trato entre iguales. Al menos en el discurso.
¿Quién gana con el acceso chino? ¿Y quién pierde?
Desde el punto de vista técnico, la eliminación de aranceles puede beneficiar sobre todo a economías de renta media como Sudáfrica, Marruecos, Egipto, Ghana y Kenia, que cuentan con productos agroindustriales y manufacturas textiles competitivos. En estos países, exportar a China sin barreras puede significar un salto en sus balanzas comerciales.
Pero el desafío no es el acceso. Es la capacidad. La mayoría de los países africanos exportan materias primas, productos agrícolas sin valor agregado o minerales sin refinar. China los recibe, pero también impone estándares sanitarios, técnicos y logísticos que solo algunos países están en condiciones de cumplir.
El riesgo está claro: África se convierte en un proveedor barato de recursos para la industria china, sin transformar su modelo productivo. Si eso ocurre, el beneficio inmediato se transforma en una dependencia más sofisticada.
Según cifras del propio Ministerio de Comercio de China, el déficit comercial de África con Pekín superó los 60 mil millones de dólares en 2024. Una cifra que podría aumentar si los países africanos no logran diversificar su oferta. Exportar más no significa necesariamente ganar más.
África ante su espejo: ¿víctima de dos imperios o arquitecta de su destino?
Frente a este panorama, la pregunta central no es si China es mejor socio que Estados Unidos. La verdadera pregunta es si África podrá salir de la lógica de dependencia estructural que la ha definido durante los últimos 150 años.
Por primera vez en décadas, los países africanos tienen margen de maniobra. Si Estados Unidos los castiga, China los abraza. Si Europa reduce la ayuda, Rusia aparece con trigo subsidiado. Si el FMI impone metas, el BRICS propone alternativas.
La geopolítica les está dando una ventana de oportunidad histórica. Pero la pregunta es si sabrán usarla. Para que el arancel cero sea una palanca de desarrollo y no una trampa de exportación de materias primas, se necesita una revolución productiva. Parques industriales, tecnología agroalimentaria, infraestructura de transporte, capacitación laboral.
Nada de eso se construye con discursos ni con aplausos diplomáticos. Se construye con políticas públicas, con coherencia fiscal, con alianzas regionales y con visión.
Lo que está en juego no es solo la relación África-China. Es el modelo de desarrollo africano del siglo XXI.
La historia no se repite, pero a veces rima. ¿Quién escribirá el final de esta rima?
A mediados del siglo XX, África fue el territorio disputado por la Unión Soviética y Estados Unidos en el tablero de la Guerra Fría. Medio siglo después, vuelve a estar en el centro de la batalla. Pero esta vez no se trata de ideología, sino de economía.
Mientras Estados Unidos predica democracia desde la distancia, China abre los puertos y promete inversiones. Uno sermonea. El otro seduce.
África tiene ante sí una bifurcación histórica. Puede repetir el patrón de dependencia con nuevo amo y nuevos modales. O puede usar la rivalidad global como palanca para construir un camino autónomo, diverso y genuinamente africano.
El continente no necesita elegir entre China y Estados Unidos. Necesita elegir entre el pasado que lo condiciona y el futuro que puede escribir.