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    Si Irán cierra el estrecho de Ormuz, el más afectado será China

    Si se cierra el Estrecho de Ormuz, quien se asfixia no es el Ayatolá. Es el dragón que respira petróleo… y depende del permiso de otros para no arder.

    La política energética global es un juego de relojería, con resortes geográficos que, al romperse, sacuden todo el sistema. El estrecho de Ormuz —una estrecha veta de tan solo 39 kilómetros de ancho entre Irán y Omán— es uno de esos resortes. Entre el 20% y el 30% del petróleo mundial pasa por él. Pero si Teherán lo cerrara mañana en represalia por los ataques aéreos israelíes y estadounidenses, el caos no estallaría primero en Washington ni en Bruselas. El principal impacto —económico, industrial y geopolítico— afectaría a Pekín.

    Porque, paradójicamente, la guerra que libran Israel y Estados Unidos contra Irán no sólo enfrenta a Medio Oriente con Occidente, sino que arrastra a China a un conflicto que nunca quiso librar, en un teatro donde el petróleo mana con la sangre… y donde el futuro energético de China depende de decisiones que tomen otros.

    Entre cazadores y cazados en el tablero de ajedrez del Golfo Pérsico

    Desde abril de 2024, los ataques quirúrgicos lanzados por Estados Unidos contra las instalaciones nucleares iraníes se han intensificado sin retorno. La ofensiva, enmarcada como un "acto preventivo" contra una supuesta amenaza nuclear inminente de Irán, ha estado acompañada de una sostenida campaña aérea israelí que llegó hasta Isfahán, demostrando claramente que Teherán ya no controla su espacio aéreo. El mensaje no es solo militar, sino psicológico: Irán está bajo asedio.

    Y, sin embargo, China también está atrapada en esa trinchera. No por convicción ideológica, sino por pragmatismo geoeconómico. A diferencia de Occidente, el gigante asiático no puede permitirse buscar conflictos más allá de sus fronteras. Su talón de Aquiles es la energía: importa el 70% del petróleo que consume, y la mitad pasa por el estrecho de Ormuz.

    “El cierre de Ormuz sería el equivalente asiático al colapso de Lehman Brothers en 2008”, afirmó un analista de la Universidad de Pekín, una declaración que recibió mucha menos atención internacional de la que merecía. Mientras Europa ha diversificado su matriz energética mediante el gas ruso y las energías renovables, y Estados Unidos goza del privilegio de la autosuficiencia gracias al fracking, China depende de una línea roja ahora controlada por un país sancionado y asediado al borde del abismo.

    La geopolítica del petróleo: ¿Quién teme al bloqueo de Ormuz?

    Irán ya ha amenazado con cerrar Ormuz. Lo hizo en 2012, 2019 y ahora de nuevo en 2025. Pero hay una diferencia crucial: hoy está más acorralado que nunca, y la agresión externa está alcanzando nuevos niveles de impunidad.

    En 2025, no hay un Barack Obama firmando acuerdos nucleares. Existe Joe Biden, presionado por el lobby israelí y los republicanos, quien ha destruido todas las opciones diplomáticas. Y existe una Rusia que, si bien apoya retóricamente a Irán, prefiere a Teherán bajo presión para mantener altos los precios del petróleo y una fuerte dependencia de China.

    No lo olvidemos: China y Rusia no son "amigos"; son socios de conveniencia. Moscú necesita vender petróleo y Pekín necesita comprarlo. Pero el gigantesco oleoducto de Siberia a China, "Poder de Siberia II", aún está en construcción. El oleoducto existente solo suministra una fracción de lo que China necesita. En resumen: por ahora, China aún depende de los petroleros que cruzan Ormuz.

    Una economía al límite: la fábrica del mundo que se queda sin energía

    La vulnerabilidad de China no se limita solo a la energía, sino también a la industria. Sus puertos, fábricas y ciudades funcionan con diésel, gasolina y gas. Si Ormuz se cierra, los costos de envío se dispararán, los seguros marítimos se dispararán y los buques de carga con destino a Shanghái o Shenzhen tardarán semanas más en llegar, si es que llegan.

    Esto se suma a la "guerra fría" más amplia con Estados Unidos. Washington ha reestructurado su economía para depender menos de las importaciones chinas, pero Pekín aún depende de Occidente para exportar lo que produce. Si los costos de la energía se disparan debido a una interrupción en Ormuz, los productos chinos perderán competitividad. Por lo tanto, el cierre del estrecho sería una catástrofe silenciosa para la economía de Xi Jinping.

    Además, ¿quién asegura que la Quinta Flota estadounidense en Baréin no usará el cierre como pretexto para una intervención militar directa? ¿O que Arabia Saudita no subirá los precios del petróleo ante la escasez? Cada movimiento en esta partida de ajedrez supone un freno a la estabilidad energética global, y el rey con más probabilidades de caer es China.

    Un dragón encadenado al estrecho

    Mientras los misiles surcan los cielos iraníes y los drones sobrevuelan el Golfo, la única directiva de Pekín es: esperar. A diferencia de Estados Unidos, que se rige por las reglas imperiales, o Irán, que se guía por la desesperación, China está atrapada en una paradoja: su ascenso depende de un mundo estable, pero ese mundo se desmorona por decisiones que escapan a su control.

    La ironía es absoluta: el país que más invirtió en energías renovables, trenes eléctricos y tecnologías verdes todavía depende del petróleo que fluye a través de una herida abierta en Oriente Medio.

    Y si esa herida empieza a sangrar, el primero en desangrarse… será el dragón asiático.

    El estrecho más angosto del mundo… y el más letal para el dragón asiático

    En el mundo moderno, ningún campo de batalla es más rentable que un cuello de botella marítimo. El estrecho de Ormuz —tan solo 39 kilómetros de tensión líquida entre Irán y Omán— no solo transporta petróleo: también transporta poder, amenazas, inflación, guerras indirectas y futuros colapsos logísticos.

    Y aunque parezca un enfrentamiento entre Irán y Estados Unidos, o entre Israel y el mundo musulmán, el verdadero rehén viste traje, respira aire limpio en las oficinas de Pekín y no puede hacer nada para evitar el golpe. Si Irán cierra Ormuz mañana —como advierte cada vez con menos retórica y más desesperación—, el país más afectado no será Estados Unidos ni Europa. Será China.

    ¿Por qué? Sencillo: en la guerra energética global, el dragón sigue atado por la cola a los barcos que cruzan el Golfo Pérsico. Y cada misil que impacta en Natanz o Isfahán lo acerca un paso más al colapso económico.

    Ormuz: una válvula de petróleo bajo fuego cruzado

    Más de 20 millones de barriles de petróleo pasan diariamente por el Estrecho de Ormuz. Eso equivale a uno de cada cinco barriles que se consumen en el planeta. Y China, que importa más del 70 % del petróleo que utiliza, depende de ese estrecho para casi la mitad de su suministro. Llámenlo vulnerabilidad estratégica, o llámenlo insensatez planificada.

    Mientras Estados Unidos disfruta de autosuficiencia gracias al fracking y Europa se diversifica con gas noruego, energía nuclear y promesas ecológicas, China todavía apuesta al petróleo que llega de un infierno inestable gobernado por aviones israelíes y buques de guerra estadounidenses con licencia para encenderse.

    Desde abril, los ataques aéreos israelíes contra Irán —con una impunidad quirúrgica— han confirmado que la supremacía aérea ya no es un tema de debate: es un hecho. Y los bombardeos selectivos estadounidenses contra instalaciones nucleares iraníes se multiplican como si el Tratado de No Proliferación Nuclear fuera papeleta decorativa.

    ¿El resultado? Irán está acorralado, humillado y más cerca que nunca de hacer lo que lleva tiempo amenazando: cerrar Ormuz. Y si lo hace, no será por estrategia… será un suicidio asistido. Uno que arrastrará a su principal cliente: China.

    Pekín: la gran potencia que depende de otros

    China tiene la fuerza, pero no el combustible. Y aunque le vende al mundo una narrativa de autosuficiencia y creciente poder, lo cierto es que no ha resuelto su adicción al petróleo importado. El oleoducto "Poder de Siberia II", ese gran proyecto energético ruso-chino, sigue siendo solo un proyecto. Mientras tanto, Pekín depende de los barcos que cruzan zonas de guerra como si fueran cruceros.

    La paradoja es que esta dependencia no se ha resuelto, solo se ha disimulado. China ha firmado acuerdos con Irán, Venezuela, Angola y otras naciones "amigas" o sancionadas por Occidente. Pero esos acuerdos están condicionados por la geografía... y la geografía, por muy socialista que seas, no es negociable.

    Cuando China compra petróleo iraní, sale de Bandar Abbas, no de Vladivostok. Pasa por Ormuz, no por Shanghái. Y si el Estrecho se cierra, la alternativa es un petróleo más caro, más lento, más arriesgado… o simplemente inaccesible.

    Rusia: El "compañero" que anima desde el banquillo

    Muchos creen que China tiene a Rusia como socio energético, dispuesto a rescatarla. Se equivocan. Rusia no es una ONG energética; es un vendedor pragmático. Cuanto más alto sea el precio del petróleo debido a un posible cierre de Ormuz, más se beneficia Rusia.

    La matemática es simple: si Teherán explota, los precios del petróleo suben. Si suben, Rusia se beneficia. Si China entra en pánico, llama a Putin. Y Putin, maestro en la especulación con las crisis, cobra caro. Carísimo. Porque sabe que Pekín no tiene otra salida, por ahora.

    China vs. EE.UU.: El petróleo como rehén geoestratégico

    En medio de una disputa comercial, tecnológica y militar entre Washington y Pekín, el petróleo se convierte en rehén. Si el Estrecho se cierra, los costos energéticos de China se disparan, su industria pierde competitividad y la inflación se convierte en un bumerán.

    Y ahí es donde Washington sonríe. Porque aunque los Marines no disparen directamente contra China, cada dron que bombardea una instalación iraní es una bala indirecta dirigida a la fábrica del mundo.

    La nueva Guerra Fría ya no se libra con tanques, sino con flotas navales en el Golfo Pérsico. Y el campo de batalla no es Taiwán ni el Mar de China Meridional; es ese estrecho, del tamaño de un error… con consecuencias planetarias.

    Un dragón que no puede rugir… porque no tiene combustible

    China, que antes creía poder arbitrar el conflicto, empieza a darse cuenta de que es solo otro jugador atrapado. No puede imponer la paz. No puede prevenir la guerra. No controla las rutas marítimas. No domina los cielos de Oriente Medio. Y sus planes de "resiliencia energética" están escritos en un futuro que aún no ha llegado.

    Irán está acorralado. Israel se siente invulnerable. Estados Unidos actúa con impunidad. Y China… simplemente espera.

    Si se cierra el Estrecho de Ormuz, quien se asfixia no es el Ayatolá. Es el dragón que respira petróleo… y depende del permiso de otros para no arder.

    Abel Flores
    Abel Floreshttp://codigoabel.com
    Periodista, analista e investigador con especial atención a la geopolítica, la economía, el deporte y fenómenos que desafían la lógica convencional. A través de Código Abel, combino mi experiencia laboral de más de dos décadas en diversas fuentes periodísticas con mis intereses y gustos personales, buscando ofrecer una visión única del mundo. Mi trabajo se basa en el análisis crítico, la verificación de datos y la exploración de conexiones que a menudo pasan desapercibidas en los medios tradicionales.

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