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    China según Kissinger: el ajedrez invisible del poder

    Por Abel Flores

    “On China”, el libro escrito por Henry Kissinger en 2011, no es una biografía del dragón asiático ni un manual diplomático al uso. Es, más bien, el testamento geopolítico de un realista sin remordimientos, un arquitecto del poder global que miró a Oriente con los mismos lentes con que diseñó el equilibrio de la Guerra Fría: lentes oscuros, sin ilusiones, sin romanticismo, y con una clara obsesión por la estabilidad hegemónica.

    En más de 500 páginas, Kissinger ofrece un repaso íntimo y pragmático sobre su relación con los líderes chinos, desde Mao Zedong hasta Deng Xiaoping, relatando en detalle las negociaciones secretas que pavimentaron el acercamiento entre Washington y Pekín en los años 70. Pero más que una memoria, el libro es una tesis: China, dice Kissinger, nunca ha dejado de pensar en términos de “wei qi”, el ancestral juego de estrategia donde no se elimina al adversario sino que se lo rodea, se lo limita, se lo disuade. Traducido al idioma de la política internacional: contención sutil, paciencia imperial y control narrativo.

    A diferencia de Occidente, que tiende a pensar la política exterior en términos de confrontación directa (el ajedrez clásico de la lógica militar), China —según Kissinger— está dispuesta a esperar décadas para avanzar una posición estratégica. Esta lectura cobra un nuevo sentido en un mundo donde Beijing ya no solo reacciona, sino que propone: la Ruta de la Seda, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, el liderazgo en inteligencia artificial, la diplomacia del yuan.

    Kissinger reconoce esta transformación, pero insiste en un matiz fundamental: el Partido Comunista Chino (PCC) no busca exportar un modelo, sino asegurar que nadie imponga el suyo. Es decir, más que expansión ideológica, lo que mueve a China es una combinación de supervivencia histórica (post Guerra del Opio, post “siglo de humillación”) y restauración del “mandato del cielo” perdido durante la colonización occidental y la guerra civil.

    Una de las críticas más frecuentes al libro es que peca de complacencia. Algunos lo acusan de legitimar una visión siniestra del autoritarismo chino con la excusa de la estabilidad. Y no les falta razón. Kissinger evita cuidadosamente juicios morales sobre el régimen del PCC, incluso cuando describe episodios como la represión de Tiananmén. ¿Realpolitik o cinismo diplomático? Para Kissinger, ambos son sinónimos funcionales.

    Lo que sí deja claro es que el mayor error de Estados Unidos sería tratar a China como trató a la URSS: con una guerra fría declarada y sin cuartel. El precio, advierte, sería el colapso del orden internacional.

    Aunque escrito en 2011, el texto resuena con escalofriante vigencia. Kissinger anticipa —sin mencionarlos directamente— los dilemas actuales: el conflicto por Taiwán, la militarización del Mar del Sur de China, la competencia tecnológica con Silicon Valley, y el creciente aislamiento de China tras la pandemia del COVID-19. Todo esto lo filtra a través de una idea obsesiva: no subestimar la memoria histórica de China.

    “El imperio del centro”, recuerda Kissinger, nunca fue colonizado por completo. Y eso no solo es una nota de orgullo nacional: es una fuente de legitimidad para el partido y una advertencia para sus adversarios. En palabras del propio autor: “los chinos no piensan en términos de soluciones definitivas, sino en equilibrios duraderos”.

    “On China” es un libro imprescindible para entender el siglo XXI, no porque ofrezca respuestas, sino porque redefine las preguntas. ¿Puede una potencia autoritaria ser parte del orden liberal sin destruirlo? ¿Debe Estados Unidos adaptarse a un mundo multipolar o resistir hasta el colapso? ¿Es posible una convivencia estratégica con una civilización que no comparte nuestros valores, pero sí nuestras ambiciones?

    El lector sale del libro sin certezas, pero con una intuición clara: si hay algo más peligroso que una China beligerante, es una China incomprendida. Y Kissinger, con sus luces y sombras, sigue siendo uno de los pocos que logró sentarse a la mesa del wei qi sin perder el turno ni la compostura.

    “On China” de Kissinger: el arte de rodear al enemigo sin que lo note

    Henry Kissinger no escribió On China como un homenaje. Lo escribió como advertencia. Ni alabanza ni condena: diagnóstico quirúrgico. Una especie de radiografía en blanco y negro de un paciente que siempre está en movimiento. China no es, nunca fue, una nación al uso. Es una civilización que se cree eterna. Y Kissinger lo sabía, porque la visitó antes que cualquier secretario de Estado estadounidense. Y porque la entendió antes que cualquier estratega occidental.

    Este libro no es para leer rápido. Tampoco para leer ingenuamente. Lo que aquí se expone no es “la historia de China”, sino la manera en que un imperio piensa, espera y actúa. Un imperio que, a diferencia de Occidente, no busca destruir al adversario: prefiere desangrarlo en silencio.

    El eje del libro es sencillo: cómo convivir con un poder que no comparte tus valores, pero sí tu ambición. El ex secretario de Estado no propone una alianza, sino un acuerdo de supervivencia mutua. Porque —y esto es lo esencial— si el siglo XX fue el de las guerras calientes y frías, el siglo XXI será el de los equilibrios inestables.

    Y allí aparece la tesis central: mientras que Occidente juega al ajedrez (eliminación directa del rival), China juega wei qi (el arte de rodear, limitar, inducir al error). Para el lector poco avisado puede sonar poético. Pero Kissinger no es un poeta: es el pragmatismo encarnado. Y su análisis no es un elogio del taoísmo, sino una advertencia estratégica: “Si no entendemos cómo China piensa, nos despertaremos un día rodeados por sus piezas sin haber notado que el tablero cambió.”

    El maoísmo no fue una ideología, fue una puesta en escena

    Kissinger desmonta otro mito útil: el maoísmo no fue un proyecto comunista en el sentido soviético, sino una forma de reconstrucción imperial a partir del trauma. La Revolución Cultural fue el fuego purificador de un Estado milenario humillado por siglos. ¿Suena brutal? Porque lo fue. ¿Suena funcional? También.

    En sus encuentros con Mao y Zhou Enlai, Kissinger percibe algo que ni Kennedy ni Reagan habrían soportado: frialdad ideológica y claridad estratégica. “No querían ser nuestros amigos, querían ser nuestros iguales”, anota con su estilo clínico. Y eso, para Washington, era más peligroso que el comunismo soviético.

    Deng Xiaoping: el arquitecto de la seducción

    La segunda mitad del libro es un estudio fascinante sobre cómo China decide modernizarse sin occidentalizarse. Bajo Deng, el país adopta el mercado, pero no la democracia. Abre la economía, pero cierra el disenso. Y lo hace sin pedir permiso. Para Kissinger, este movimiento fue “la síntesis más asombrosa entre leninismo político y capitalismo salvaje.”

    Los occidentales creyeron que la apertura económica traería liberalización política. Se equivocaron. Kissinger lo vio venir. Y lo dijo. Pero no lo gritó. Porque su objetivo nunca fue moralizar, sino mantener la paz entre potencias. Es decir: evitar que alguien tire el primer misil por no entender cómo piensa el otro.

    Ahora bien: el libro brilla en estrategia, pero incomoda en ética. Tiananmén apenas se menciona. La represión sistemática, los campos de reeducación, el control digital sobre mil millones de ciudadanos: silenciado o maquillado. Kissinger se limita a observar sin juzgar. Y eso lo hace cómplice para algunos, lúcido para otros. La pregunta es: ¿puede la lucidez sobrevivir sin la ética?

    Kissinger lo cree posible. O al menos necesario. “No se trata de quién tiene la razón, sino de cómo se evita el abismo”, parece repetir entre líneas. Pero uno no puede evitar preguntarse si esa renuncia moral no es precisamente lo que ha permitido a China llegar tan lejos, sin pagar costos.

    Xi Jinping: la fase final del juego de wei qi

    Aunque el libro se escribió antes de la consolidación total de Xi, su lógica ya estaba prevista. China, sostiene Kissinger, no busca una guerra, pero tampoco cederá un milímetro si cree que su proyecto histórico está en juego. Hong Kong, Taiwán, el mar del Sur, la inteligencia artificial, los microchips. Todo es parte del mismo juego.

    La pregunta final que deja el texto no es si China dominará el mundo. Es si el mundo resistirá la tentación de enfrentarla como si fuera una potencia convencional. Porque no lo es. Y nunca lo fue.

    ¿Lectura obligada? Solo si te interesa sobrevivir al siglo XXI

    On China no es un libro “neutral”. Es una operación intelectual. Un manual de supervivencia para una superpotencia en declive que busca no perder el equilibrio frente a una civilización paciente. Es, también, una advertencia para quienes aún creen que el orden liberal global puede imponerse con sanciones, tweets o portaaviones.

    Lo dijo Kissinger, pero podría haberlo firmado Sun Tzu: “el supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar.” China lo entendió hace siglos. Occidente aún no lo digiere.

    Abel Flores
    Abel Floreshttp://codigoabel.com
    Periodista, analista e investigador con especial atención a la geopolítica, la economía, el deporte y fenómenos que desafían la lógica convencional. A través de Código Abel, combino mi experiencia laboral de más de dos décadas en diversas fuentes periodísticas con mis intereses y gustos personales, buscando ofrecer una visión única del mundo. Mi trabajo se basa en el análisis crítico, la verificación de datos y la exploración de conexiones que a menudo pasan desapercibidas en los medios tradicionales.

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