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    El tiempo no existe (como lo imaginamos)

    Un estudio plantea que lo que llamamos “pasado, presente y futuro” son solo efectos ópticos de un espacio multidimensional. ¿Y si el tiempo no fuera más que una consecuencia?

    Por Abel Flores

    El tiempo, ese tirano que nos obsesiona con sus relojes, aniversarios, relojes atómicos y aplicaciones de productividad, podría no existir tal como lo concebimos. Un nuevo estudio publicado en Symmetry, la revista del Laboratorio Nacional de Aceleradores SLAC, propone una tesis provocadora: el tiempo no es una dimensión en sí misma, sino una ilusión emergente de la geometría del espacio. Como quien dice, una consecuencia y no una causa.

    La investigación —dirigida por el físico matemático Ishan Sharma, del Instituto Indio de Tecnología Kanpur— parte de un análisis detallado de la simetría en el universo. Para los físicos, las simetrías no son meras cuestiones estéticas: son señales de leyes profundas que rigen el cosmos. En ese contexto, Sharma y su equipo han propuesto que el tiempo es una dimensión derivada, provocada por la interacción de al menos tres dimensiones espaciales ocultas que, juntas, generan lo que percibimos como pasado, presente y futuro.

    O, para los más profanos: el tiempo es un espejismo. Una proyección. Una consecuencia matemática de algo más grande y más fundamental que no podemos ver… aún.

    La idea no es del todo nueva. Físicos como Julian Barbour, Carlo Rovelli o Lee Smolin llevan años poniendo en duda la linealidad del tiempo. Pero Sharma va un paso más allá: propone que lo que experimentamos como flujo temporal es una propiedad emergente de la forma en que el universo se pliega sobre sí mismo. Así, el tiempo como dimensión no estaría a la par del espacio, como nos enseñaron desde Einstein, sino subordinado a él.

    La clave estaría en las llamadas “simetrías internas” de las partículas y sus interacciones. Si el universo se describe mejor en términos de simetrías espaciales de alto orden, entonces el tiempo es simplemente lo que se manifiesta cuando esas simetrías se rompen.

    Lo que entendemos como la “flecha del tiempo”, ese camino inevitable hacia adelante que nos arrastra sin piedad, podría ser solo una interpretación subjetiva del cerebro humano, acostumbrado a medir la entropía y los cambios, pero incapaz de ver la totalidad del espacio.

    ¿Y qué significa esto para nosotros, mortales?

    Nada, y al mismo tiempo, todo.

    Para el ciudadano de a pie, estas teorías parecerán malabares metafísicos sin aplicación práctica inmediata. Pero como ha pasado muchas veces en la historia de la ciencia, lo que hoy es una especulación mañana puede ser tecnología, terapia cuántica, o nueva religión. Ya ocurrió con el electromagnetismo, la relatividad, o la mecánica cuántica. Todas comenzaron siendo absurdos académicos.

    Además, esta visión redefine lo que somos: si el tiempo es una ilusión, entonces el pasado no se ha ido y el futuro ya existe. Cada momento está “ahí”, en algún lugar de este espacio multidimensional. No es una línea: es un volumen. Un eterno presente geométrico. O, como diría Borges, un Aleph.

    Lo más intrigante de la propuesta de Sharma no es su audacia, sino su resonancia filosófica. Desde Heráclito hasta Heidegger, pasando por Agustín de Hipona, los pensadores se han quebrado la cabeza intentando entender qué es el tiempo. Ahora, la física teórica parece acercarse a una de las conclusiones más inquietantes: que el tiempo, tal como lo percibimos, simplemente no existe.

    Como lo resume Sharma: “Si entendemos el espacio correctamente, el tiempo emerge como una ilusión útil, pero no como un ingrediente fundamental del universo.”

    Tal vez el universo no se mueve. Tal vez somos nosotros quienes no sabemos quedarnos quietos.

    El tiempo como engaño: cuando el espacio decide mentirnos

    Todos queremos saber qué hora es, pero nadie puede explicar qué es el tiempo. Relojes, cronómetros, agendas electrónicas, relojes atómicos, calendarios mayas y Google Calendar: todos midiendo algo que tal vez no existe. O peor, algo que existe solo porque no podemos ver más allá.

    Un reciente estudio publicado en la revista Symmetry, del Laboratorio Nacional de Aceleradores SLAC (sí, ese donde los físicos juegan a ser dioses con partículas), acaba de dinamitar uno de los pilares más consolidados de la percepción humana: el tiempo como dimensión autónoma.

    La tesis central, firmada por el físico indio Ishan Sharma y su equipo, es tan demoledora como elegante: el tiempo no es una dimensión, sino una propiedad emergente del espacio. Una consecuencia, no una causa. O, dicho con brutal claridad: el tiempo es una ilusión bien tramada.

    La propuesta de Sharma no se anda con rodeos: hay al menos tres dimensiones espaciales ocultas que, al interactuar de cierto modo, dan lugar a la experiencia subjetiva del tiempo. Es decir, lo que creemos que es “presente” no es más que un fenómeno que se genera en el espacio cuando ciertas simetrías se rompen. Pasado, presente y futuro serían formas distintas de mirar el mismo volumen geométrico desde ángulos distintos.

    En términos físicos: el tiempo no “fluye”. En términos filosóficos: el río de Heráclito es un estanque disfrazado.

    A este tipo de ideas se las llama emergentes porque no existen por sí solas, sino como resultado de otras dinámicas más profundas. Así funciona la conciencia en el cerebro o el color en la luz: emergen. Según esta línea, el tiempo es lo que el espacio hace cuando nadie lo está mirando.

    Que el tiempo es sospechoso ya lo sabían los físicos relativistas. Einstein lo colocó en igualdad de condiciones con el espacio (la famosa cuarta dimensión del “espaciotiempo”), y la mecánica cuántica hace tiempo que lo trata como un estorbo técnico. Lo que propone Sharma es llevar esa incomodidad hasta las últimas consecuencias: borrar al tiempo como entidad autónoma y relegarlo a un efecto secundario.

    Ya lo había anticipado Julian Barbour con su idea del “universo sin tiempo”, o Carlo Rovelli con su enfoque de la gravitación cuántica. Lo que hace Sharma es ponerle lenguaje matemático a esa intuición filosófica: si las simetrías del universo son lo suficientemente ricas, entonces el tiempo es lo que aparece cuando no sabemos leerlas bien.

    O sea, el tiempo es nuestra ignorancia topológica.

    En la práctica cotidiana, esta teoría no altera nada. Seguiremos envejeciendo, corriendo detrás de plazos, quejándonos del lunes y llorando los domingos. Pero si es cierta, cambia todo en el plano ontológico: ya no vivimos en un universo que “se mueve”, sino en uno que es.

    La historia no avanza: está escrita, plegada en el espacio, como un libro que alguien lee en desorden.

    “No hay ningún ‘ahora’. Hay muchos ‘allí’,” escribe Sharma en su artículo. Y lo dice sin poesía, sino con ecuaciones. La linealidad temporal —esa que usamos para pensar la historia, la muerte, el futuro y hasta los impuestos— sería apenas una limitación biológica de nuestra conciencia.

    Bienvenido al eterno presente (sin ti)

    Lo más fascinante y aterrador de esta idea es que anula al sujeto como centro de la experiencia. El tiempo no “pasa”: es uno quien se desplaza por una red de relaciones que ya existen. El futuro no “llega”: siempre estuvo allí. Somos nosotros los que no sabíamos cómo encontrarlo.

    Esta teoría no nos quita el libre albedrío, pero lo pone en duda. Si el tiempo es una construcción emergente, entonces nuestras decisiones podrían ser solo formas de navegación por una estructura ya existente. Como Google Maps, pero sin opción de “evitar autopistas”.

    Tal vez el tiempo nunca existió. Tal vez fuimos educados en una ilusión útil para que los seres humanos no pierdan la cabeza en el caos multidimensional. Tal vez la muerte es solo un cambio de coordenada. Tal vez el futuro ya pasó. Tal vez, como sospechaban los místicos, Dios no tiene reloj.

    Pero no te preocupes. Mientras no entendamos la geometría del espacio profundo, seguiremos viviendo en este teatro de relojes que se llaman vida.

    Así que sí: llegaste tarde. Pero no importa. Ya estabas aquí.

    Abel Flores
    Abel Floreshttp://codigoabel.com
    Journalist, analyst, and researcher with a particular focus on geopolitics, economics, sports, and phenomena that defy conventional logic. Through Código Abel, I merge my work experience of more than two decades in various journalistic sources with my personal interests and tastes, aiming to offer a unique vision of the world. My work is based on critical analysis, fact-checking, and the exploration of connections that often go unnoticed in traditional media.

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