¿Y si el universo no comenzó con una explosión sino con una mentira mal calculada?
Por Abel Flores
La noticia llegó como suelen llegar las grietas en los dogmas: en silencio, desde la periferia. Un grupo de astrónomos, trabajando con el telescopio James Webb, detectó una galaxia 10.000 veces más grande que nuestro Sistema Solar. Nada nuevo, pensarán algunos. El universo está lleno de cuerpos descomunales. Pero esta no es cualquier galaxia. Es tan grande, tan estructurada y tan antigua que —según nuestras leyes físicas actuales— no debería existir.
Se llama ZF-UDS-7329, un nombre tan absurdo como lo es su impacto para la cosmología moderna. La hallaron a 13.000 millones de años luz, lo que significa que estamos viendo cómo era cuando el universo tenía apenas 700 millones de años. Y sin embargo, ya estaba “madura”, con una estructura definida, masa estelar consolidada y —aquí viene lo perturbador— sin formación estelar reciente.
En otras palabras: nació de golpe. Como si hubiesen encendido un interruptor galáctico.
¿Y ahora qué hacemos con el Big Bang?
La teoría del Big Bang —esa narrativa oficial del inicio universal— plantea que el universo comenzó con una explosión hace 13.800 millones de años, y que desde entonces, galaxias, estrellas y planetas fueron formándose lentamente, en un proceso de expansión, colisión y caos ordenado.
Pero ZF-UDS-7329 no encaja en esa línea evolutiva. Es una galaxia “muerta”, sin nuevas estrellas, lo cual indica que su formación terminó poco tiempo después del Big Bang. Es como encontrar una civilización completa en una incubadora.
La pregunta ya no es si nuestros modelos necesitan ajustes. La pregunta es más incómoda: ¿y si nuestros modelos están fundamentalmente equivocados?
El astrofísico Adam Carnall, del Observatorio Real de Edimburgo, declaró que “esto es una pista de que el universo temprano era mucho más extraño y más eficiente en la formación galáctica de lo que creíamos”. Traducción: no tenemos idea de qué está pasando.
El telescopio James Webb: ¿revelación o herejía?
Desde su lanzamiento, el telescopio James Webb no ha hecho otra cosa que poner en ridículo décadas de consensos. Cada semana, detecta galaxias “demasiado grandes, demasiado viejas, demasiado organizadas” para existir tan temprano en la historia cósmica. Es como si el universo estuviese desmintiendo sus propias escrituras.
Y aquí viene la ironía: los mismos científicos que celebraron el Big Bang como la explicación definitiva del origen, ahora son testigos de sus inconsistencias. Pero en lugar de admitir el colapso del relato, prefieren forzar nuevos parches teóricos: fluctuaciones cuánticas, inflaciones cósmicas, materia oscura con poderes mágicos, o el comodín de siempre: errores en las observaciones.
La existencia de galaxias como ZF-UDS-7329 reactiva preguntas que la ciencia moderna había enterrado bajo toneladas de papers: ¿Y si el universo no tiene un comienzo lineal? ¿Y si hay ciclos cósmicos, como intuían los antiguos? ¿Y si la materia se organiza de formas que no entendemos porque aún creemos que todo debe expandirse, enfriarse y dispersarse?
Es curioso cómo las grandes revoluciones científicas nacen del error, no del acierto. Y es aún más curioso cómo cada revolución ha sido, en realidad, una herejía contra la anterior.
Hoy, el dogma tambalea. Y eso no debería darnos miedo. Debería darnos esperanza. Porque cuando una galaxia desafía la física, en realidad nos está haciendo un favor: está abriéndonos los ojos.
La ciencia, cuando se convierte en dogma, se vuelve religión con bata blanca. Y como toda religión, tiene sus escrituras sagradas: el Big Bang como génesis, la inflación cósmica como acto de fe, la materia oscura como misterio incuestionable. Pero cada tanto, aparece un hereje. Esta vez no vino con túnica ni con antorcha: vino en forma de galaxia. Una descomunal, imposible, prematura y molesta galaxia.
La bautizaron ZF-UDS-7329, nombre que suena más a contraseña Wi-Fi que a creación astronómica. Pero el dato crucial no es el nombre: es el cuándo. Esta galaxia existía ya cuando el universo tenía apenas 700 millones de años. Es decir, cuando —según la narrativa oficial— apenas se estaban formando las primeras estrellas. Pero ZF-UDS-7329 no solo ya estaba ahí: estaba lista, armada, y lo peor de todo, sin formar estrellas nuevas. Era una anciana en un jardín de infantes cósmico.
El telescopio James Webb, diseñado precisamente para observar el universo primitivo, fue quien destapó esta incomodidad. Porque esto no es un hallazgo, es un problema. Un problema para los modelos estándar, para los simuladores de galaxias, para los cronogramas de evolución cósmica que tan perfectamente se explicaban en las clases de física.
ZF-UDS-7329 no está en los libros. Y por eso hay quienes ya intentan meterla a la fuerza, como quien acomoda una pieza que no encaja con martillo teórico.
La teoría del Big Bang sostiene que el universo emergió de una singularidad hace 13.800 millones de años y desde entonces ha venido expandiéndose, enfriándose y organizándose lentamente. Por eso, se esperaba encontrar en el pasado profundo estructuras caóticas, pequeñas, desordenadas. Pero lo que el James Webb ha encontrado —y no solo una vez— son galaxias maduras, grandes, con formación estelar extinguida. No son rarezas. Ya son patrón.
Adam Carnall, astrofísico británico que participó del estudio, no tuvo más remedio que admitir lo insólito: “El universo temprano parece haber sido más eficiente de lo que creíamos”. Traducción libre: estamos rascándonos la cabeza y agregando fórmulas nuevas para que esto no haga estallar el paradigma.
¿Y si todo este tiempo estuvimos mal?
Una pregunta incómoda, casi blasfema, pero necesaria: ¿y si el Big Bang es solo un modelo más? Uno útil, sí. Pero no absoluto. ¿Y si hay ciclos? ¿Y si el tiempo no es lineal? ¿Y si la materia, en ciertas condiciones, se organiza de maneras que nuestra física aún no puede comprender porque está atrapada en su propio marco newtoniano-relativista?
Esto no es ciencia ficción. Es honestidad epistemológica.
Ya lo dijo Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas: cada tanto, la ciencia necesita una crisis. Una anomalía que no se puede ignorar. Algo que obligue a repensar todo. ZF-UDS-7329 es eso. Un grano de arena cósmico en el zapato de los cosmólogos.
El telescopio James Webb fue lanzado para buscar respuestas. Está trayendo preguntas. Y eso, aunque moleste, es lo mejor que puede hacer un instrumento científico. Porque cuando la realidad contradice la teoría, quien debe ajustarse no es la realidad.
Lo fascinante de esta historia no es la galaxia en sí. Es la reacción de quienes ven cómo su modelo preferido empieza a hacer agua. En lugar de admitir el error, inventan más variables. Materia oscura. Energía oscura. Inflaciones mágicas. Es como decir que el truco de magia no falló, sino que el público no entiende cómo debía funcionar.
Y mientras tanto, la galaxia sigue allí. Callada. Inmensa. Diciendo con su mera existencia: yo estuve aquí antes de que fuera posible.