Por Abel Flores
En el mundo antiguo, los imperios se medían por su expansión territorial. En el mundo moderno, por sus torres. Y en el mundo posmoderno, por sus cubos.
Así nace el Mukaab, un cubo descomunal de 400 metros de altura, largo y ancho —sí, un dado geométrico del tamaño de un barrio entero— que será visible desde cualquier punto de Riad, la capital saudí. Un monstruo de concreto y realidad aumentada, que no busca desafiar al cielo como el Burj Khalifa, sino controlar el horizonte como un altar digital al dios del consumo.
Arabia Saudita no está construyendo un edificio. Está construyendo una declaración. Un mensaje arquitectónico al mundo: “si el petróleo se acaba, nos inventamos otro milagro”.
Del desierto a la distopía
El Mukaab será el corazón de “New Murabba”, un megaproyecto de 19 kilómetros cuadrados diseñado para transformar Riad en una ciudad del futuro. Y cuando digo “futuro”, no me refiero a lo que viene, sino a lo que el régimen necesita imponer.
Porque el futuro, en este contexto, no es una línea de tiempo: es un producto. Se empaqueta, se vende, se proyecta en pantallas 3D dentro de un cubo.
En este delirio cubicular habrá todo: viviendas, hoteles, universidades, museos, parques, centros comerciales, inteligencia artificial, drones, hologramas, y —claro— control absoluto. Clima regulado, atmósfera controlada, libertad contenida. Una especie de Disneylandia del autoritarismo cool.
El poder ya no se mide en barriles
Este proyecto no nace del capricho. Nace del pánico. Arabia Saudita lo sabe: su riqueza depende de un recurso que ya no garantiza el futuro. El petróleo tiene fecha de caducidad y los saudíes necesitan reinventarse antes de que Occidente apague definitivamente el motor de combustión.
El Mukaab no es arquitectura: es política exterior. Es propaganda de lujo. Es soft power con perfume de oud.
Por eso lo financia el Fondo de Inversión Pública, el mismo que compra clubes de fútbol en Europa, organiza peleas de boxeo en Jeddah y convierte el rally Dakar en un comercial de Estado. El mismo que responde al príncipe heredero Mohammed bin Salman, que no quiere ser recordado como el verdugo del periodista Jamal Khashoggi, sino como el arquitecto del nuevo Medio Oriente.
Pero ¿por qué un cubo?
Porque en el Islam, el cubo tiene un poder simbólico radical. La Kaaba —el sitio más sagrado del islam— es un cubo. Allí rezan millones de musulmanes. Allí gira el mundo islámico.
El Mukaab, aunque se presenta como una “inspiración geométrica tradicional”, es una herejía simbólica disfrazada de modernidad. No busca competir con la Kaaba, pero sí convertirse en su antagonista estructural: donde una es humilde, el otro es ostentoso; donde una es espiritual, el otro es consumista; donde una conecta con Dios, el otro simula a Dios con tecnología.
Y esta duplicidad no es casual: es un gesto de poder. El príncipe heredero quiere reconfigurar el imaginario del país, desde una teocracia tribal a una monarquía tecnocrática. Y para eso necesita símbolos nuevos, aunque impliquen reescribir la tradición.
El espejismo de lo futurista
En la narrativa oficial, el Mukaab será “la estructura construida más grande del mundo”, “el primer destino inmersivo del planeta” y “una ciudad dentro de una ciudad”. Todo suena maravilloso, pero detrás del mármol importado y las cúpulas holográficas se esconde una paradoja: el reino que menos respeta la libertad construye la ciudad más inteligente.
Una distopía elegante donde no falta nada, excepto una cosa: ciudadanía.
Porque el cubo no será para todos. No será para las mujeres sin tutela. Ni para los trabajadores migrantes que lo construirán bajo temperaturas de 50 grados. Ni para los opositores políticos. Ni para los periodistas. Ni para el pueblo saudí promedio.
Será para los turistas de lujo, los ejecutivos de Davos, los influencers del Golfo y los burócratas de Silicon Valley que cambiarán el desierto por el metaverso.
De la Kaaba al Mukaab: ¿mutación o traición?
Este salto arquitectónico —del cubo sagrado al cubo de realidad aumentada— representa el nuevo dilema de Arabia Saudita: ¿es posible construir el futuro sin dinamitar el pasado?
Porque no se trata solo de infraestructura, sino de identidad. La modernización no es solo tecnológica: es cultural, es religiosa, es simbólica. Y cuando se construye demasiado rápido, sin debate ni memoria, lo que se erige no es un país del futuro, sino un decorado de cartón piedra con forma de cubo.
En el siglo XX las catedrales eran fábricas. En el siglo XXI, serán centros comerciales. Y en Arabia Saudita, serán cubos.
El Mukaab no es una arquitectura imposible. Es una arquitectura inevitable. Porque cuando el poder absoluto se encuentra con el capital infinito y la imaginación distorsionada, lo que se produce no es arte, ni urbanismo, ni tecnología: es espectáculo.
Un espectáculo que necesita escenarios gigantes para esconder sus contradicciones.
Y lo peor de todo es que, probablemente, funcione.
El delirio cúbico de Arabia Saudita: cuando el petróleo se transforma en geometría monumental
Arabia Saudita quiere construir un cubo. Pero no cualquier cubo. El más grande del planeta. Un volumen descomunal, de 400 metros de altura, largo y ancho, que promete alterar para siempre el paisaje de Riad. Un cubo tan colosal que, según sus promotores, será visible desde cualquier punto de la ciudad. Así nace “The Mukaab”, una criatura arquitectónica salida más de una distopía geopolítica que de un estudio de urbanismo.
Pero no nos confundamos. Esto no es solo un proyecto de construcción: es un mensaje. Es el anuncio de una nueva era del poder blando saudí, una etapa post-petrolera en la que la riqueza ya no solo se mide en barriles, sino en delirios de grandeza. Porque The Mukaab no será simplemente un edificio: será una ciudad dentro del edificio. Un ecosistema hermético con residencias, hoteles, centros comerciales, oficinas, jardines y hasta hologramas. Una metrópolis cúbica con clima artificial, donde el sol será una lámpara LED.
El Mukaab forma parte de “New Murabba”, un megaproyecto urbanístico que busca reconvertir 19 kilómetros cuadrados de la capital saudita en un hub futurista al estilo Blade Runner (pero con más petróleo y menos lluvia ácida). Está impulsado directamente por el príncipe heredero Mohammed bin Salman, quien hace rato decidió que su país ya no será solo una teocracia petrolera, sino también una vitrina de modernidad domada.
Y ahí está la clave: domar la modernidad. No se trata de abrirse al mundo, sino de diseñar un mundo a medida, uno controlado, curado y vitrificado dentro de una geometría perfecta. Porque no olvidemos que el cubo, en todas las culturas, es símbolo de orden, de simetría, de poder absoluto. En Arabia Saudita, la arquitectura no es decoración: es doctrina.
La elección de la forma no es casual. Arabia Saudita ya tiene un cubo sagrado: la Kaaba, el centro de la fe islámica. El Mukaab es la profanación moderna de ese símbolo. Mientras que la Kaaba representa la orientación espiritual, el nuevo cubo será el eje del entretenimiento, del turismo de lujo, del consumo hedonista. ¿Una blasfemia arquitectónica? Tal vez. ¿Una jugada de propaganda estructural? Sin duda.
Lo que el Louvre es para París, lo que el Burj Khalifa es para Dubái, el Mukaab pretende ser para Riad: un ícono, una postal, una proyección de poder. Solo que esta vez, en lugar de competir con la gravedad, se compite con la escala.
El urbanismo saudí se ha convertido en una rama de su diplomacia. La ciudad del cubo, al igual que la futurista NEOM, es un anuncio al mundo: Arabia Saudita quiere ser el país del siglo XXI, aunque para ello tenga que encapsularlo en cajas monumentales con aire acondicionado perpetuo.
Las cifras son tan obscenas como el concepto: más de 104 mil residencias, 9 mil habitaciones hoteleras, 80 espacios culturales y comerciales, un teatro con capacidad para decenas de miles. Todo esto con tecnología de realidad aumentada y proyecciones holográficas. Porque si el futuro no puede llegar solo, Arabia Saudita lo construye a martillazos de petrodólar.
Como siempre, la pregunta que queda flotando es: ¿quién vivirá allí? ¿Quién respirará ese aire encapsulado? ¿Quién será el público de este show arquitectónico? Probablemente, no los millones de ciudadanos que aún viven bajo un régimen que restringe libertades civiles. Pero sí los inversores, los turistas de lujo, los consultores que redactan informes con términos como “resiliencia climática” o “ecosistema digital”.
Tal vez el Mukaab no sea una ciudad del futuro, sino un decorado de ciencia ficción para una élite global que necesita símbolos de estatus en plena era del colapso ecológico.
El Mukaab no es solo un edificio. Es un espejo. Refleja un mundo donde el poder ya no se expresa solo con armas ni tratados, sino con estructuras titánicas que desafían el sentido común. Un mundo donde los desiertos no se conquistan con agua, sino con aire acondicionado.
Si alguna vez soñamos con ciudades del futuro, puede que no imagináramos que serían tan geométricas, tan opacas y tan controladas. Pero así será: cúbicas, climáticamente aisladas, y patrocinadas por el crudo.